Comienza mi camino de expresión y creatividad, a través de la DANZA, la danza clásica. Gracias a ella adquiero una disciplina, tesón y un amor al entrenamiento diario.
Después llega el TEATRO, se convertirá en mi gran amor, siento un gran abismo hecho de miedo, deseo y respeto por la interpretación. Aquí descubro una rendición al rito sagrado y lo más importante me encuentro cara a cara con mi verdad y con la máscara que me juega malas pasadas. De inmediato, aparece un ineludible interés y entrega al trabajo vocal. Ya que la danza clásica hizo que mi cuerpo fuera más bien rígido, y que tuviera una relación de tensión y de pobreza con mi capacidad respiratoria y por ello con mi vida emocional. Así que decido zambullirme en el viaje de aprender a fondo la técnica Linklater. Como un gran tesoro y una gran puerta hacia la libertad y la comunicación genuina llega a mí. Gracias al estudio Corazza para la actuación dónde me formo como actriz y dónde después trabajaré como profesora de VOZ, conozco esta metodología. Y es esta manera de entender el instrumento musical y humano que hace que cambie mi relación con mi cuerpo.
Descubro un movimiento sin forma y con contenido, más orgánico y con más fluidez, en definitiva con más espontaneidad. Y aquí no podría enumerar tantos maestros, técnicas y maneras que han quedado grabadas en mí y que me inspiran cada día tanto como actriz y como docente: Betina Waissman, Susana Estela, Andrés Waksman, David Zinder, Chevy Muraday, Jaime Urciolli…